No podemos permitir que este siglo XXI repita las tragedias del XX. La llamada Guerra Fría ─un demoledor conflicto económico e ideológico no consumado en el campo de batalla por miedo a la aniquilación mutua─ resultó insoportablemente “caliente” para millones de personas que cayeron en su camino.
Incapaces de derrotar directamente a la Unión Soviética, Estados Unidos y sus socios intentaron aplastar las aspiraciones de campesinos y trabajadores de todo el Sur Global. De Pyongyang a Yakarta, pasando por Ciudad de Guatemala, decenas de millones de personas fueron asesinadas para desmantelar cualquier centro de soberanía emergente y hacer avanzar el modo de acumulación imperialista.
Ese proceso nunca terminó. Al contrario, se intensificó, con nuevos intentos de asegurar la dominación imperialista mediante la financiarización, la redolarización, el dominio tecnológico y la escalada militar.
La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) es una parte de esa historia. Fundada en 1949 con la misión explícita de "disuadir el expansionismo soviético" y establecer una "presencia norteamericana permanente en el continente [europeo]", ha seguido expandiéndose hacia el este mucho después de la desaparición del poder soviético. Ahora, tras haber llegado tan lejos en Europa como podía, la OTAN ha entrado en una peligrosa vía de escalada contra un adversario con armas nucleares.
Pero la Nueva Guerra Fría va mucho más allá del continente europeo. A medida que EE.UU. se mueve para cercar y contener a China, las ambiciones de la OTAN se vuelven globales. Sumándose a la dramática militarización del Pacífico como parte de la llamada "estrategia de la cadena de islas" de EE.UU., la OTAN está profundizando los tratados bilaterales con socios del Indo-Pacífico, ampliando su mandato, extendiéndose mucho más allá de su zona de defensa declarada y fomentando la división en toda la región.
El resultado es una renovada ola de violencia contra los Estados que pretenden trazar un camino soberano —y, dentro de esos Estados, contra los movimientos de liberación nacional que lideran esa lucha. En el sur de Asia, las maniobras para frenar la Iniciativa de la Franja y la Ruta de China han provocado un aumento de la militarización y la violencia genocida por parte de las potencias estatales, junto con el rearme de grupos religiosos extremistas, acelerando la guerra contra las fuerzas progresistas en países como Pakistán y Afganistán. En América Latina, una nueva Doctrina Monroe se afirma contra las renovadas ambiciones de desarrollo soberano —y el aumento de la inversión china— desde el norte de México hasta el sur de Argentina. En África, la lucha por mantener el acceso a los recursos y a las bases militares ha provocado un dramático recrudecimiento de la violencia desde el Congo hasta el Sahel. Y en Gaza, un asalto incesante —armado y ayudado por "aliados" occidentales— pretende no sólo aniquilar al pueblo de Palestina, sino también mostrar al mundo la violencia sin límites que una Nueva Guerra Fría puede desatar sobre todos aquellos que se atrevan a desafiar sus contornos.
La visión de nuestro futuro que propone esta Nueva Guerra Fría es un anacronismo. Promete arrastrar de nuevo a la humanidad a un mundo de división y conquista justo cuando las naciones y los pueblos se preparan para dejar atrás la era de dominación violenta que ha durado siglos y dar la bienvenida a un nuevo periodo de cooperación humana, principios esbozados en la Carta de la ONU, un documento adoptado con un consenso mundial sin precedentes. Exigimos un futuro, mientras una Nueva Guerra Fría amenaza con arrastrarnos al pasado. Lo que está en juego no podría ser mayor: la vida, o el exterminio; la prosperidad, o el colapso del mundo natural.
En el siglo XIX, cuando las "cinco grandes potencias" de Europa competían por el botín del colonialismo, Karl Marx miró hacia una "sexta gran potencia": la revolución. "Durante mucho tiempo silenciosa y retirada, ahora es llamada de nuevo a la acción por la... crisis", escribió. Hoy, trabajadorxs y campesinxs están llamadxs de nuevo a unirse, organizarse y movilizarse, no sólo para resistir la imposición de esta Nueva Guerra Fría a nuestros pueblos, sino también para construir un nuevo mundo en su lugar: democrático, descolonizado, descarbonizado, desmilitarizado y socialista.
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